viernes, 9 de marzo de 2012

Perséfone (Mitos griegos I)

PERSÉFONE.
Hace poco leí en una revista una referencia mitológica sobre la menta, planta antiespasmódica y benéfica para la digestión. Pues bien, según la leyenda, Perséfone (o Proserpina), poseída por los celos, transformó en menta a una amante de su marido (una ninfa llamada “Mente”, a la que golpeó furiosamente hasta que sólo quedaron de ella sus restos, que se convirtieron en la planta de la menta),y así nació esta especie vegetal.
Deméter, era la diosa de la agricultura. Bajo su égida, el sol brillaba sobre la tierra toda, y los cultivos eran copiosos y florecientes. La primavera era permanente, y duraba todo el año. Estaba muy estrechamente unida a su hija, la bellísima Perséfone. Juntas atravesaban los campos, recogían sus flores y cantaban a la luz que todo hacía crecer.
Un buen día Perséfone tuvo el impulso de irse sola a correr por los campos, y risueña se hizo una guirnalda floral con la que adornó sus largos y ondulados cabellos azabache. En aquel momento, fue vista por Plutón, el Dios de los infiernos, que codició su alegría (de la que él estaba carente), deseó su cuerpo y harto de tanta soledad resolvió convertirla en su reina, y compartir con ella el funesto trono que le correspondía sobre el reino de los muertos. Emprendió una salvaje e inclemente persecución sobre la joven, que finalmente cayó nerviosamente de bruces sobre unos rosales después de una prolongada huida.
- “Venid conmigo, y reinaréis en el subsuelo por siempre junto a mí”
- “No quiero separarme de mi madre, ni quiero abandonar la luz del sol. Dejadme marchar, os lo suplico”
- “Si venís conmigo, compartiréis mi gran poder. Seréis como yo. Os colmaré de lujos y riquezas, nada os faltará”
- “No hay mayor tesoro para mí que vivir sobre la superficie, ni joya más valiosa que la compañía de mi madre, ni mejor visión que la del trigo meciéndose en la brisa o la del rocío resbalando sobre el pétalo de una flor”
- “Así lo habéis querido, entonces…”
Plutón hizo uso de su fuerza física (no estaba dispuesto a seguir solo con su pesada carga) y secuestró a la hija de Deméter, cuyos gritos se escucharon a lo largo y ancho del mundo, hasta llegar a los oídos de su madre. En el inframundo, los castaños (casi rubios) cabellos de la muchacha se tornaron negros por la falta de luz. Su mente vivía de los recuerdos de su vida en la superficie, y se negó a desposarse con Hades. Pero poco a poco, casi sin darse cuenta, empezó a perder la esperanza y lo que otrora era su alegre y desenfadado carácter mudó en dureza y severidad, (hasta el punto de que la Reina de los muertos sólo fue clemente una vez, en el caso ya narrado de Orfeo, cuando le permitió que se llevase consigo de los infiernos a su esposa Eurídice) y se resignó, aceptando su destino final: separarse de se madre y unirse a él, a Hades (una representación mitológica del matrimonio tradicional, en virtud del cual la mujer abandonaba su familia de origen para formar una con el hombre que con ella se casaba). Hades tenía un atractivo subterráneo e inexplicable, y Perséfone sucumbió a sus magnéticos encantos, contra su consciente voluntad, en la noche de bodas. Se convirtió en una celosa y posesiva esposa.
Deméter, ignorante a cuanto había pasado, dejó de preocuparse de sus quehaceres cotidianos, y se empleó a fondo en buscar a su querida niña. Atravesó bosques, ríos, cascadas. Conoció muchos países, viajó sin descanso, pero en ninguna parte la halló. Mientras estaba así enfrascada en su dolor, todo se transformó en un erial helado. Lo que antes era un estío perpetuo, ahora había devenido en un invierno imparable y estático a la vez. Finalmente, conoció a un testigo del paradero de la muchacha, un pastor que estuvo justo allí el día de su secuestro:
- “Mi Señora, vi como el Señor de Ultratumba agarraba con sus brazos a vuestra hija, y la subía en su carro de oro, tirado por dos negros caballos”
- “¿Y que más visteis? Decidme, con premura”
- “Entonces, justo en ese momento, se abrió una grieta en la tierra, y por ella descendieron”
Deméter, al escuchar su relato, sucumbió a la más desgarradora y honda tristeza. El invierno seguía implacable su camino, y ya no crecían las flores, y los agricultores no podían recoger ni un solo fruto.
Zeus, preocupado por la situación, mandó a su mensajero, Hermes, a rescatar a la hija de la Diosa de la Tierra. Pero para que ello fuera posible, era preciso que la joven no hubiera probado bocado alguno durante su estancia en las regiones infernales. Cuando fue interpelada al respecto, negó haber comido durante todo ese tiempo, pero mintió. El probar un solo alimento de los que había en el Tártaro impedía el regreso, y ella había probado 6 semillas de una granada.
La Tierra era ya un inconmensurable desierto congelado. Entonces Zeus llegó a un pacto con Hades: Perséfone pasaría la mitad de cada año con él y la otra mitad con su madre. Cuando cada año la doncella volvía a la superficie, llegaban la primavera y el verano. Y de esta manera, nacieron las estaciones.

Publicado el 16 de julio de 2007

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