lunes, 12 de marzo de 2012

Las diosas de cada mujer

 

Las diosas de cada mujer
Hubo un tiempo muy lejano, en que Dios era mujer. Gaia para los griegos, Hathor en Egipto, Eda entre los escandinavos... la Diosa adquirió mil formas y nombres, pero se halla presente en el origen de todas las culturas. El gran poder de la Diosa residía en que presidía el principio femenino de la Creación, asociado al misterio de la procreación. En los primitivos contextos animistas, donde se desconocía el papel del varón en la reproducción, esta facultad se atribuía a una causa sobrenatural. De ahí que la Diosa simbolizara la capacidad de transformar, de dar vida. Por ello, la mujer era la medida de todas las cosas. Sus ciclos menstruales se relacionaban con los ciclos lunares, que claramente incidían en fenómenos naturales como las mareas.


El matriarcado legó esta religiosidad a la sociedad patriarcal posterior y así se prolongó su vigencia en la antigüedad. En su visión, todo estaba unido. La mujer transformaba, creaba y nutría, pero también necesitaba la energía masculina para hacer alquimia. Hombre y mujer eran la integración de dos poderosas energías cósmicas conectadas: acción y sentimiento, razón y magia, amor y sabiduría. Esto es, según Olga Escuder, psicoterapeuta transpersonal, lo que barre y aniquila más tarde la evolución histórica del patriarcado al desacralizar el principio femenino y subordinarlo al masculino, generando una herida en el hombre y en la mujer. A partir de cierto momento, como nos explica, «hombre y mujer reprimen respectivamente sus energías femeninas y masculinas internas, haciendo que la acción y el sentimiento vivan desconectados en sus almas».


Pero la conexión de las dos vertientes es posible, puesto que el poder de la Diosa vive en cada mujer, en forma de cualidades arquetípicas, según sostiene Chris Waldherr en La diosa dentro de ti (Robin Book, 1998). La toma de conciencia y el desarrollo de estos arquetipos internos, que son las diosas (y dioses), así como su armonización, conducen a la mujer (como le ocurre al hombre) a la plenitud psíquica, pues habrá logrado integrar a sus deidades interiores con todos sus rasgos.


Cada humano, hombre o mujer es un ser completo, como una bola facetada de cristales que contiene todas las deidades. Por distintas circunstancias, se activan unos u otros arquetipos; es decir, aunque una mujer se identifique con una energía femenina determinada, podrá potenciar más otras por efecto del entorno familiar cuando es una niña, o los de la sociedad siendo adulta. Así aunque una niña sienta una fuerte presencia de Artemisa, la diosa de la naturaleza, independiente y feminista, si sus padres la educan para que sea dulce como la miel, ella, para ser aceptada, se entregará a Perséfone, la doncella sumisa y complaciente, reprimiendo el arquetipo dominante de su psique. La sociedad es otro factor que fomenta algunas diosas y condena a otras. Tradicionalmente, las diosas potenciadas eran Perséfone, la hija, Hera, la esposa y Démeter, la madre. Afrodita, la deidad del amor, fue condenada como «la prostituta». Ahora, con los logros feministas, las diosas más reconocidas son Atenea, arquetipo de la mujer triunfadora, Artemisa y Afrodita.


Por otro lado, las fases por las que pasa una mujer en su desarrollo también son causa de la activación de diferentes arquetipos. De esta manera, en su adolescencia puede ser una Perséfone, la doncella sin metas claras, conectada con sus sentidos y a la espera de venga algo o alguien capaz de arrebatarla, y cuando sienta su sexualidad y empiece a tener relaciones con distintos chicos surja en ella la bella Afrodita, que le dará la capacidad de enamorarse



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