martes, 13 de marzo de 2012

Céfalo y Procris

 

Antes de caer en las redes de Eos (Aurora), y es que los mitos tienen mucho de culebrón, Céfalo estaba casado con Procris, una de las ninfas de Diana. Aurora envidiaba su felicidad conyugal, pues ella, con su anciano esposo al lado, se sentía completamente sola. Trató infructuosamente de competir con su rival, pero el amor del matrimonio del cazador y la ninfa era demasiado grande.
Durante el cálido estío, Céfalo descansaba tras sus jornadas cinegéticas en algún umbroso lugar, y entonces invocaba a la brisa, al dulce aire para que acudiera a refrescarlo. Eos sabía de esta costumbre y aunque conocía perfectamente la inocencia de la misma, pues Céfalo sólo llamaba al aire para sofocar su calor, engañó a su mujer y provocando sus celos, le hizo creer que Céfalo se encontraba con una joven muchacha en la soledad del bosque…
Hay una canción d un grupo español, “La Unión”, que evoca el poder que esta emoción puede llegar a alcanzar sobre una persona (“Fueron los celos, y no yo, si de algo soy culpable es de amor… Sólo pretendía guardar algo de mi posesión…”). Como ocurre con las fábulas, de los mitos también puede extraerse frecuentemente una moraleja.



Procris se escondió para comprobar por sí misma lo que le habían contado, y fue sólo escuchar “Dulce aire, ¡ven!” y creer que tales palabras eran la prueba definitiva de su infidelidad, se desmayó súbitamente. Céfalo sólo escuchó el estrépito de su caída y creyendo que se trataba de una bestia salvaje dispuesta a atacarlo, lanzó su jabalina de cazador en mitad de la espesura, atravesando el corazón de su mujer. Oyó entonces la voz agonizante de su amada y se acercó a ella, dando tiempo a aclarar la verdad antes de que expirara, con lo que Procris murió con la felicidad de saber que su amor era verdadero.
Céfalo nunca supo de la torticera intervención de la diosa del amanecer en el luctuoso final de su matrimonio. Visitaba con frecuencia el monte Himeto para huir de su sentimiento de culpa y estar completamente solo. Aunque cayó en los brazos de la atractiva Aurora, refugiándose en su joven y sinuosa figura, nunca olvidó a su esposa. Así, cuando cerraba los ojos y besaba a Eos, soñaba que era su adorada Procris, de nuevo viva entre sus brazos.
Como la famosa canción del italiano Nek, “Laura no está, y no la olvidaré en tu piel… Es enfermizo, sabes que no quisiera, besarte a ti pensando en ella. Esta noche inventaré una tregua, ya no quiero sufrir más, contigo olvidaré su ausencia. Y si te como a besos, sabrás que sólo Laura es dueña de mi amor…”. Procris, aun desparecida de la tierra, siempre tuvo todo el amor de Céfalo para ella.


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