lunes, 12 de marzo de 2012

DIBUJANDO SUEÑOS

  Había una vez, hace mucho tiempo, un niño, de nombre Adrián (nombre que significa "aquél que vino del mar", y que sus padres le pusieron por sus grandes ojos azules como el océano), que nació con los ojos muy abiertos.

El pequeño todo lo observaba con su inquieta y profunda mirada. Los negros ojos de mamá y su preciosa cara, los jueguetes de la cuna... Era muy tranquilo y apenas lloraba. Parecía un niño como cualquier otro, pero tenía algo especial.

En cuanto fue al Colegio y le pusieron en las manos unos rotuladores de coloresImagen , ya os podéis imaginar lo que hizo con ellos. Desde que nació había ido memorizando en su cabeza todo aquello que veía, sin poder evitarlo. Adrián lo primero que aprendió en la escuela fue a dibujar.

Primero con el lápiz, y luego ya comenzó a colorear

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Su familia estaba muy sorprendida. Adrián dibujaba y pintaba todo lo que veía a su alrededor. Y todos pensaban que el día de mañana sería un gran pintor.

Cuando empezó a crecer, dio un salto y además comenzó a plasmar en su bloc de dibujo sus sueños, sus deseos y sus ilusiones. Las fantasías de su cabeza tomaban forma sobre el papel en blanco. Ya no se limitaba a dibujar lo que había a su alrededor, sino que también pintaba lo que le gustaría que hubiera. Sus dibujos transmitían paz, alegría y buenos deseos para todos.

Cuando sus padres se preparaban ya para matricularlo en una Academia de Pintores, Adrián, ya hecho un hombre, dijo que eso era una afición, y que el quería ser arquitecto, no dibujante. Además, razonó, para esa profesión era bueno tener ese talento.

Cursó esos estudios en la Universidad, y justo cuando los terminó, encontró un buen empleo. En sus primeros años trabajando conoció a una chica de la que se hizo muy amigo, y con la que tenía muchas cosas en común, y después de ocho meses de amistad, se enamoraron y se hicieron novios

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A Adrián no le gustaba volar, pero tuvo que tomar un avión para ir a ver a una tía suya que estaba muy enferma. Se lo dijo a Clarisa, su chica, por si quería acompañarle. Pero ella tenía mucho trabajo y no podía. La noche que tomó el vuelo era tormentosa y los pasajeros empezaron a sentir miedo por sus vidas, pues el avión comenzó a zozobrar. Las gotas de la caudalosa lluvia mojaban y empañaban los cristales de las ventanillas.

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Adrián estaba cada vez más nervioso. Sólo sabía que no podía morir ahora. Quería estar con sus padres, con Clarisa, con sus amigos... Amainó un poco el temporal, y para su sorpresa vio que un ala del avión se había roto. Se fue corriendo al lavabo, y pensó en lo que más le gustaba hacer desde la infancia: dibujar. Eso le tranquilizaría. Imaginó que el ala del avión estaba entera, como al principio del viaje. Y cogió papel y lápiz y con rápidos y precisos trazos la dibujó. Con todas las fuerzas de su ser empezó a decir en voz alta: "el ala está bien, el ala está bien". Y remarcó con un trazo más grueso el perfil del ala. Era absurdo lo que estaba haciendo. Siempre le dijeron que sus dibujos tenían algo de magia, pero... ¡No podían cambiar la realidad!

Adrián volvió a su asiento, y de nuevo miró desesperanzado por la ventanilla...

¡El ala estaba entera! ¡No lo podía creer! Una furtiva lágrima de felicidad resbaló por una de sus mejillas.

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"¡Gracias Dios mío!", musitó.

Nunca pierdas la fe. Si deseas algo con mucha fuerza, aunque parezca imposible, visualízalo en tu mente y puede que... ¡Se cumpla!

PD: "Les dijo por su poca fe por que yo les aseguro si tienen fe como un grano de mostaza dirán a este monte desplázate de aquí allá y se desplazara y nada les será imposible" (Mateo 17, 19-21)

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