lunes, 12 de marzo de 2012

Atalanta e Hipómenes

 La princesa Atalanta era una apasionada de los bosques y las montañas. Le gustaba correr, y el entrenamiento continuo hizo que ni el viento pudiera alcanzarla; tal era su ligereza y velocidad. Tuvo multitud de pretendientes, y de acuerdo con su padre el Rey, decidió que sólo se casaría con aquél que la ganara en carrera, si bien quien perdiera frente a ella recibiría una justa muerte. Habían ya perecido muchos cuando el joven, apuesto y listo Hipómenes se enamoró de la bella e inasequible princesa. Acudió a Venus para pedirle ayuda, y la Diosa, conmovida por la magnitud de su amor le entregó misteriosamente tres relucientes manzanas de oro, con la promesa de revelarle que debía hacer con ellas una vez se iniciara la atlética competición. Atalanta siempre concedía cierta ventaja al principio a su rival, a fin de que su victoria fuese aun más aplastante. Venus, conocedora de este detalle, indicó a Hipómenes, al que la princesa dejó salir antes, para que dejara caer la primera áurea manzana al suelo. La veloz corredora se quedó deslumbrada ante el brillo luminoso y dorado de la bella fruta, y se detuvo para recogerla. Hipómenes, con aguda inteligencia, midió bien los tiempos en que debía dejar caer las otras dos manzanas, que produjeron el mismo efecto en su amada contrincante, dándole la ventaja necesaria para ganar la carrera. Atalanta, que no conocía el amor, miró a los cálidos ojos azules de Hipómenes, navegando por el oleaje de pasión que contenían. Él la envolvió en un cerrado abrazo, hasta que el corazón de Atalanta latió a más velocidad aun que sus piernas en las carreras. ¿Alguien puede escapar al amor, si es ése su destino final, por más rápida que sea su huida?. Se casaron y fueron siempre dichosos.

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