lunes, 12 de marzo de 2012

La estrella de mar

La estrella de mar vivía iluminando y dando calor a las frías aguas. Su color, de un refulgente dorado, recordaba al del lejano sol. No podía evitar brillar: había nacido para ello. Y sus destellos se expandían a través del azul marino como ondas magnéticas.

La estrella también destacaba, aun a su pesar. Era lo más bonito que podías encontrar en las aguas. Incluso cuando perdía una punta, mágicamente volvía a aparecerle de nuevo. Además de radiante, había algo en ella de lo eterno de Dios. Estaba llena de vida. Su sociabilidad era tal, que se comunicaba prácticamente con toda la variopinta y colorida fauna oceánica.

Un buen día vino a visitarla una piraña. La conocía de antes, pero la estrellita no quería guardar la memoria más que de las cosas buenas y agradables. Ese día estaba particularmente contenta, y la saludó:

- ¡Hola alegre piraña! ¡Tan llena de fuerza y energía!
- ¿Te burlas de mí, estúpida estrella? ¡Siempre haciéndote la buena!

La estrella no entendió su respuesta, hablaban distinto lenguaje; al instante se arrepintió de haberle tendido su sonrisa.

La piraña aprovechó la aflicción de su compañera, y le mordió. La estrella perdió dos de sus puntas.

- Para ti no existo, piraña. Olvídame

Se retiró con su dolor y con el tiempo volvieron a nacerle sus brazos perdidos. Esta vez la estrella sí recordó.

Moraleja: La estrella no puede evitar dar luz y entregarse. La piraña tampoco puede remediar hacer daño. Nunca lo olvides: si eres una estrella, no te acerques a una piraña

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